miércoles, 16 de marzo de 2011

Relato

Lo de escribir es una afición que me sale como un 20 en un examen, o sea, una vez cada tantos exámenes. Y eso cuando no soy un inconforme, porque en general soy bastante crítico con lo que escribo, el 90% me parece basura. El 10% restante lo reparto en frases que hasta a mi me suenan ingeniosas. Pero bueno, por una vez me dejé de tanto rodeo y me inscribí en un taller de escritura creativa. No sé qué va a salir de ahí, pero de momento ya hay unos cuantos ejercicios para hacer. Voy a soltar por aquí el que escribí hace unos días, la temática sobre la que debíamos basarnos es "Una anciana inglesa que amanece hablando francés.

.La vida estática.

Su mirada perlada se iluminó. Apenas se deshilachaban los últimos minutos antes las seis de la noche y ya la luna irradiaba su máximo esplendor sobre el valle y las claras aguas de la laguna. Ella la contemplaba ensimismada desde el rellano de su pequeña cabaña, preguntándose cuántos años habían pasado ya desde que fue testigo de aquella magnífica escena por primera vez..., en su cabeza los recuerdos se agolpaban y se fundían en una paleta de óleos difusos a la vez que vívidos. La única certeza que tenía residía en saber que sería cuestión de segundos antes de que los cálidos naranjas y ocres que desdibujaban la tarde, se fuesen tornando delicadamente en azules y morados celestes que cubrirían las vastas praderas, emanando su frescor desde el apacible brillo del lago y ascendiendo sigilosos hasta fundirse con el profundo negro del cielo tachonado de estrellas; un otoño que invocaba a su niñez entre árboles y alfombras de hojas que se mecían en el viento al paso veloz de sus hermanas mientras correteaban junto a ella y reían sin parar. Un otoño que se precipitaba desde sus propias ramas, siendo un pétalo que cada tarde moría al concebir un invierno arrecido. Suspiró...el aire estaba enrarecido.
En sus manos tenía una carta. La letra refinada e impecable de trazos curvos y ágiles discurría de principio a fin en un perfecto inglés que sonaba a añoranza y tristeza. La tinta bien encausada había traspasado el papel y se había reescrito en su corazón...tantas veces ya habría leído una y otra vez aquellas hermosas palabras!..., siempre a la misma hora, siempre a las seis. Cuando la tarde se hacía noche, cuando la mano tibia de su amado Romain se posaba sobre su hombro, trayendo consigo una familiar esencia de infusiones y “scones” rellenos de mermelada de fresa; era la hora del té de las cinco...a las seis.

Una sonrisa se dibujó en su rostro, plegó la carta repleta de “I love you's” y se puso en pie con ligera dificultad. Entró en la calidez de su hogar y como siempre se encaminó a la cocina para encontrarse con su querido. El trayecto desde la salita de estar le tomaba cinco preciados minutos, pero no por razones de su edad...o quizá si: evocar el pasado desde la imagen estática de una fotografía en blanco y negro siempre ha sido un arte y un gusto entre las personas de edad, o eso le decía su madre, con quien solía compartir horas sentada al sofá repasando enormes álbumes de fotos que se remontaban a unos cuantos árboles genealógicos atrás, enraizados algunos de ellos en suelos completamente foráneos. Y precisamente no eran fotografías lo que faltaba sobre la chimenea. Ella las cogía en sus manos a ratos tersas y a ratos marchitas, y se perdía en un mar de recuerdos que la inundaban de paz. Pero los instantes de calma se acortaban con una nueva oleada de aire denso y apenas respirable, como si de alguna manera sus pulmones se negasen a cumplir con su labor.

Se sentó junto a Romain un poco agitada y sirvió el té con pulso trémulo, intercambiaron miradas silenciosas y se mimaron. Él aún parecía un joven apuesto entrado en sus veinte, y ella en cambio era el tronco de un árbol donde las muescas de muchos años de promesas e ilusiones se habían tallado día a día, en espera de volver a ser palpadas por las mismas manos que las grabaron. El tiempo para ella, seguía siendo real.
La cocina se evaporó entre besos y caricias, devolviéndolos al nido en el que se profesaban dueños el uno del otro. El parecía más feliz de lo habitual; aún siendo consciente de que su amada estaba dando señas de desgaste, señales de partida; había algo en sus síntomas, su respiración etrecortada, sus devaneos entre el ayer y el hoy inexistente, que le henchía el cuerpo de alegría. Ella se volvió sobre él entre las sábanas y admiró su cuerpo todavía lleno de vida y por un instante sintió vergüenza del suyo, surcado por las imperfecciones de la edad. Lo cuestionó con una mirada dulce, que buscaba comprender la razón natural de aquella unión que los enlazaba y el respondió en un susurro empalagoso lleno de gorgeos y sonidos exquisitos de su propia lengua, que la reconfortaron y llenaron de tranquilidad para después consentirla por última vez. con un beso pausado y lleno de cariño <>.

Entonces sucedió: su todo, su luz, su aquí y ahora se licuaron y como si de un pozo del que alguien hubiese retirado un tapón se tratase, aquel instante se escurrió por un agujero que la arrastró con ella hasta la nada, el vacío.

La ingravidez se apoderó de su cuerpo, un bloque de aire frío la atravesó de pies a cabeza y repentinamente una abrupta exhalación escapó de su boca, llevándose consigo más que el oxígeno vital de su sangre...

Despertó...una habitación color crema llena de extraños equipos que emitían sonidos irreconocibles y reiterados, y unos ojos miel, fueron los únicos testigos . <<¡¡Doctor, doctor!!>> exclamó la voz cuyos ojos permanecían aún atónitos ante la visión de lo que parecía haber sido un fantasma. Un puerta se abrió bruscamente y un par de sujetos ataviados en impolutas túnicas blancas procedieron a examinarla minuciosamente con pequeñas linternas y realizaron todo tipo de comprobaciones sobre sus signos vitales; ella seguía sin entender. La dama de ojos miel, aparentemente mayor, se acercó súbitamente y se abrazó a su cuello a pesar de que los hombres de blanco trataban de evitarlo; todos hablaban en una lengua extraña aunque familiar.

Ella solo consiguió articular de forma apenas audible <> (¿qué sucede?) Se hizo el silencio por un instante, miradas llenas de confusión atravesaron la habitación de un lado a otro. La dama mayor de ojos miel se acercó a ella y suavemente le dijo algo incomprensible con una mirada cargada de dolor y alegría entremezclados <>. Si, Jenny era su nombre, ahora lo recordaba; respiró profundo tratando de contener las lágrimas y la impotencia de no poder moverse, estaba demasiado débil para tan siquiera cerrar sus manos. <> repitió varias veces con los ojos anegados en lágrimas. La dama de ojos ámbar se llevó las manos al pecho, aún más abrumada y se dirigió a un lateral de la cama de Jenny, como buscando algo que sabía estaba ahí, en algun lugar. Finalmente lo encontró.

En una mesita de noche de color granate reposaba escondida entre un ramo de flores ya marchitas y algunas tantas cartas postales de felicitaciones de cumpleaños y de navidad, apiladas en pequeños montoncitos, una vieja fotografía envejecida por el tiempo. En ella una joven pareja se abrazaba destilando amor efusivamente. Por un lado, el chico de unos veinte años y mirada agraciada, tocado con una boína negra ladeada sobre su cabeza, mostraba una sonrisa perfecta plasmada sobre su rostro de rasgos franceses. Por otro lado, ella, de facciones delicadamente perfiladas y frías, parecía la persona más feliz del mundo. La foto había sido tomada frente a un hermoso amasijo de hierros de proporciones descomunales que se alzaba imponente cielo arriba y por el que ascendían infinidad de personas equipadas con cámaras y sombreros, para contemplar las increíbles vistas de la ciudad. En el reverso de la imagen, el mágico momento estaba datado cincuenta año atrás, pero la mirada perlada y cristalina de Jenny seguía siendo la misma, a pesar de los embates del tiempo, a pesar de los accidentes.

Unas palabras en francés escritas con cuidada ortografía en tinta roja, remarcaban la base de la fotografía: À toi pour toujours. Romain 1951 (tuyo por siempre, Romain, 1951)

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